Entré a una cafetería sin pesar en nada, distraída en mi mundo como siempre, apreciando detalles insignificantes para muchos pero hermosos para mí. Fui directo a la barra del local, esta era distinta a las que conocía, era de madera. Algo extraño de ver porque es más fácil dañar madera cuando se trabajan con tasas calientes y vasos fríos de agua chorreante, descendiendo lentamente por sus cuerpos cilíndricos. El Bar-tender se cuidaba de siempre colocar un porta vaso al servir el pedido, y allí me quedé hipnotizada por aquel portavaso de colores, sin sentir el mundo a mi alrededor, hasta que escuché su dulce voz, sedosa y seductora: – Un diseño particular ¿no? me dijo, y luego continuó: Lo hice yo. Soy Ana, extendiéndome su mano.
Cuando volteé vi a una hermosa veinteañera con una cabellera larga, rojiza y ondulada, de piel blanca y de ojos café. Sus tetas se asomaban por su escote disimulado, no pude evitar contemplarlas por un rato más largo de lo que pueda considerarse normal.
Quedé absolutamente cautivada por su belleza. – Si, definitivamente es un diseño particular. Yo soy Andrea, extendiendo mi mano de vuelta. Cuando sentí nuestra piel chocar, parecía que mi alma se iba a través de mis dedos hacia los de ella, definitivamente la deseaba, necesitaba poseerla. Congeniamos muy bien y por nuestra atracción tan obvia, no dejaba de pensarla, de fantasear con ella, imaginármela de mil maneras mientras mis manos exploraban cada rincón de su perfecto cuerpo. Un día, sin planificarlo, quedamos en mi casa.
Afortunadamente solas, era mi oportunidad, tenía todo planificado para un momento así, había comprado dildos, vibradores y todo lo que poco a poco se me iba ocurriendo para su disfrute. Tan solo esperaba una pequeña señal, una mirada furtiva o una sonrisa deseosa bastaría para que yo entrara en acción. Ella lo sabía, prolongaba el momento incrementando mi ansiedad y mi desesperación por besarla. Justo cuando pensé que perdería el control me miró de una manera seductora, repentina y atrevida. Inmediatamente me lancé sobre ella. La besé apasionadamente, decididamente, sin una pizca de miedo, fue un beso increíble, lento, profundo y largo. Sentía cómo sus delicadas y pequeñas manos, recorrían mi espalda para quitarme la franela, la ropa poco a poco rozándome la piel, mientras se enrollaba hacia arriba, dejándome expuesta, delante de los ojos de Ana. Pronto, nos desnudamos frenéticamente. La cargué hacia mi cuarto y la lancé hacia la cama.
Me coloqué sobre ella mientras nuestros senos se hundían con la presión de cada uno. No parábamos de besarnos, recorrí con mis labios sus pezones erectos, lamí suavemente su vagina mojada y palpitante. Era una delicia y sin dejar pasar otro segundo, saqué un dildo de mi gaveta, este era especial, traía un cinturón y lo amarré a mi cintura, con él penetré a Ana hasta dejarla sin aliento, sus alaridos y gemidos era como un canto de ángeles para mis oídos. Me encantaba sentir sus muslos tensándose con los míos, sus dedos apretándome los senos y llevándoselos a la boca. Escuchar su orgasmo, sentir sus músculos prensados y sus temblores esporádicos representaba un triunfo para mí, como amante y como mujer. Mil Gracias a quien inventó los juguetes sexuales.